Aún en debate, ya se atisban componentes claves que van a armar el mecano de la IA que la UE se va a dar a sí misma y que va a tratar de promover internacionalmente, a saber:
- El sometimiento a la acción y supervisión humanas.
- La garantía de solidez técnica y seguridad.
- La contumacia en la gestión de la privacidad y de los datos.
- La transparencia.
- El respeto de la diversidad, concretado en la falta de discriminación y la equidad[1].
- El compromiso con el bienestar personal, social, y ambiental.
- La obligación asumida de la rendición de cuentas.
Esos requisitos responden a los principios éticos básicos a los que debe responder la IA, que no son otros que el respeto de la autonomía humana, la prevención del daño, la equidad, y la explicabilidad, siempre que no contravenga la seguridad.
Como organización empresarial interesada en la mayor expansión de la IA para beneficio de la sociedad a la que pertenecemos, nos hacemos partícipes de esos esfuerzos, y animamos a los agentes sociales a interesarse por el consenso dialogado en todas las fases concernientes a la IA, desde la definición de políticas, hasta los reportes de uso, que sirvan para mejorar las soluciones y obtener mejores resultados. Con este espíritu, nos atrevemos a sugerir:
- Abordar la inmersión de la IA en la sociedad como un ejercicio conjunto de responsabilidad, en el que prime el debate informado, la transparencia de intereses, y la creatividad en la previsión y anticipación de tensiones.
- Delimitar claramente los bloques constitutivos de una IA confiable, de modo que se puedan estandarizar y auditar, tanto en lo que corresponde a los componentes técnicos, como a los procesos de despliegue, implantación, y operación, con el fin de no crear inseguridad jurídica para los proveedores, ni incertidumbre para los usuarios.
- Proveer de información fidedigna que ayude a la transparencia y a la comprensión de las soluciones de IA, aun salvaguardando la necesaria competencia de los negocios. Estos cauces de información no deben proceder únicamente de los agentes empresariales, sino que se espera la misma lealtad por parte de las instancias gubernamentales y sociales.
- Entender que, en ocasiones, la tecnología va desbrozando el camino de nuevas aplicaciones y usos, que pueden llegar a ser fundamentales en el desarrollo de nuestra vida social y personal, y que, por tanto, las reglas, las normas, y las leyes suelen venir detrás (y así ha de ser, para que haya una consolidación de criterios de generación de ese marco normativo), por lo que se requiere un esfuerzo por todas las partes de ir acordando los límites y la velocidad, pero sin coartar la innovación, y, naturalmente, sin dejar de responder a las compensaciones causadas por los posibles daños.
- Promover una línea curricular de comprensión de la economía del dato y del valor del uso de los datos en nuestra sociedad, una vez que las tecnologías de adquisición, almacenamiento, aseguramiento, análisis, y visualización han alcanzado madurez suficiente como para modificar drásticamente los procesos productivos y las interacciones sociales. No se trata del sometimiento a quienes atesoran y usan los datos, si no, muy al contrario, facilitar a las nuevas (y también a las viejas, por medio de formación continua o postcurricular) generaciones el entendimiento de este nuevo paradigma, de modo crítico e informado.
- Acompasar las expectativas con la realidad tecnológica, explicar los tiempos de maduración, y evitar alarmismos innecesarios por excesos de futurología o marketing. Contribuir a dar una imagen de normalidad, de trabajo denodado por la transparencia y la explicabilidad –cuando no entra en conflicto con la seguridad–, de progreso razonable y de entorno participativo, dejando a los elucubradores la imaginación de distopías o catástrofes, sin desdeñar por ello los estudios de prospectiva que ayuden a prepararnos todos para el futuro, pero construyéndolo y no temiéndolo.